CARTAS LIBERTARIAS: Barrabás permanece en el alma latinoamericana

CARTAS LIBERTARIAS: Barrabás permanece en el alma latinoamericana

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Barrabás, como es conocido en todo el mundo cristiano, fue la persona que el prefecto de Judea, Poncio Pilato, liberó durante la celebración de las festividades de la Pascua judía, lo que significó, al mismo tiempo, la sentencia de muerte de Jesús de Nazaret a manos de de la rancia oligarquía sacerdotal y del Imperio Romano. La fatalidad del suceso, claramente revestida de injusticia, marca uno de los hitos más escalofriantes de la historia del cristianismo. Pero también la política.

Este hecho, sin embargo, pone de relieve lo que algunos teóricos señalan sobre la ironía en las decisiones públicas, considerando que, en cuestiones plebiscitarias, las opiniones de la mayoría no siempre resultan en racionalidad o rectitud moral. La chusma que votó por Barrabás prefirió la injusticia a la magnanimidad del joven rabino, incitada por los mismos sacerdotes del Sanedrín que prefirieron la inmolación del Justo antes que perder los privilegios concedidos por el poder.

Los seguidores de Barrabás siguen tan vivos en América Latina cuando eligen y aplauden a políticos que prometen cielo y tierra a cambio de votos y algunos favores del Estado. Muchos de los famosos dictadores y autócratas de América Latina, envueltos en retórica democrática, han resultado ser los más votados por la opinión pública y, en repetidas ocasiones, reelegidos por sus somnolientos partidarios, para quienes las simpatías que despiertan superan a las mentiras y la violación de las constituciones.

¿A qué se debe este fenómeno tan arraigado en América Latina y que se ha vuelto a poner de moda en pleno siglo XXI? Los ciudadanos, hartos de promesas incumplidas y de la improductiva lucha diaria por la existencia, se han desencantado de la política y de los políticos. Pero también hay otras explicaciones más relacionadas con las ideologías y comportamientos de las masas, como creían Wilhelm Reich y el propio Gustave Le Bon. Las ideologías, por ejemplo, provienen de mitos arraigados en el subconsciente que sirven como guías para dirigir el comportamiento tribal, donde la figura del jefe o líder es la más venerada. Todos los seres humanos necesitan protección y protección, es cierto, y, hasta donde sabemos, los populistas, de todas las tendencias doctrinales, ofrecen estas prerrogativas a cambio de un apoyo masivo para permanecer en el poder. Los líderes y gobiernos autocráticos de hoy se clasifican bajo esa misma concepción.

Los mitos, como los símbolos nacionalistas y las consignas revolucionarias, ofrecen en su sencillez sintética, la materia prima que moldea la psique de las masas menos cultas o informadas, que aplauden extasiadas las arengas de demagogos y charlatanes que tanto abundan en nuestro continente. . Identificarse con las masas empobrecidas, o con grupos de presión liderados por astutos engañadores, es el mejor negocio político del momento.

Pero todo se debe a esa raíz tribal que llevamos en nuestro subconsciente, y que nos obliga, como dijo en una entrevista Mario Vargas Llosa, a clamar por una figura paterna que nos proteja contra el “desorden” de posiciones e ideas antagónicas. que estimula. democracia. “Debajo de la persona civilizada –que todos presumimos ser– siempre hay un salvaje”, dice el premio Nobel peruano. Y es verdad. Los autócratas de ayer, como los de hoy, siempre han contado con un apoyo popular masivo, incluso de intelectuales y académicos que los elogian para exaltar la imagen de ese linaje tan común en la política tradicional latinoamericana. Esto sucede cuando la crítica y la racionalidad dan paso a la complacencia y la falsa seguridad de perseguir valores universales.

Las ideologías de antaño y sus vigilantes edulcorantes de hoy son las vendas que se ponen sobre la razón y la lógica de las masas. Son esas mismas vendas las que distorsionaron el juicio de los seguidores de Barrabás, en aquel fatídico día en que la verdad fue crucificada.

(correo electrónico protegido)

By Ezequiel J. Iriarte

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