TEGUCIGALPA, HONDURAS-. Como un verdadero gigante de cemento, el Estadio Nacional se tragó de un solo bocado al Tri, desparramado en la cancha cuando el balón llegó al control de Luis Palma cerca del minuto 29… ahí comenzó el final del gigante de la Concacaf, ahí comenzó la mejor versión de selección de honduras en vista de México.
El mejor jugador centroamericano de la actualidad sacó su chistera y al “estilo Iniesta” habilitó al Choco Lozano, el Choco que se ganó el mundo con un recibimiento de primer mundo y una perspicaz definición de sexto que dejó a Malagón sin reacción.
Choco quitó el seguro de la granada de mano e hizo explotar las ilusiones catrachas en Liga de las Naciones.
Antes de escuchar el “¡Ole… ole!” Desde la ilusionada grada capitalina, fue Malagón (ingresó por el lesionado Guillermo Ochoa) quien pudo evitar el delirio total tres minutos después del gol catracho, cuando el propio Choco Lozano remató con la derecha e hizo alucinar a la noche hondureña. , la noche furiosa de David contra Goliat, la noche nerviosa de la defensa mexicana, la noche que vimos la mejor versión de Rigo Rivas…
La “fábrica europea” apretó los dientes y afiló el cuchillo. Metió el puñal y celebró con los suyos, con la satisfacción del padre del niño: Reinaldo Rueda, que vivió el partido como un gallo nervioso, sudoroso, pegado a la línea, eufórico, silbando a todo pulmón, con el corazón en la mano. .
El “Lamborghini” mexicano se quedó sin gasolina. Santi Giménez era un fantasma en la cancha y Uriel Antuna llegó en lugar de Orbelín Pineda para que Raúl Alonso Jiménez y Luis Chávez volcaran el cuerpo al arco de Edrick Menjívar, sobrio y feliz jugando en el patio de su casa.
En los últimos 30 minutos, H hizo el partido más inteligente de su vida y hasta se dio el lujo de regalarle la pelota a los mexicanos, que estaban desorbitados incluso cuando jugaban en una mesa de billar.
Pero la carta bajo la manga de Reinaldo Rueda terminó por hundir a los fantasmas verdes: Bryan Róchez, el as de espadas.
El cuerpo técnico de la Bicolor tenía todo perfectamente planificado, con Jorge Álvarez entrando sin permiso al área enemiga y con Róchez dándose la vuelta en un segundo y definiendo raso, a mitad de las piernas del portero y provocando un alboroto en la tribuna encendida. del viejo coloso capitalino, un inmenso jugador número 12 que empujaba, que animaba, que pitaba a su rival, que gritaba, que saltaba y que encabezaba con su canto el primer paso de la H hacia la Copa América 2024.